Poema de año nuevo: Testimonios




Testimonios.


No sé cómo hablarte de este mundo,
entre juegos y silencios, luces y suspiros,
el olvido y la arena que se cuenta al despertar.

No sé como contarte, estrella de bardo,
atardecer de tus sonrisas,
como golpean las sienes en un recuerdos,
tiempo de un abrazo solitario.

Soy un mal cantor
que te miente en corazón
hablando y arrullando sobre
moscas y olas,
brillante piel morena, alas de azúcar y
alcohol.

Soy hablante de reinos olvidados
por si mismos;
caminante de soledades,
extensos campos
de belleza entre nubes y
muertes imaginadas.

Soy testigo de la mosca
hambrienta de mierda
perfumada
y atardeceres bajo la luna, lugar
de toronjas que hacen vibrar
el cielo, trotando
en mi soledad,
demonios que callan
al hablar de sangre
preciosa que se derrama por
infiernos,
edades,
lugares malditos
de la atención
y el olvido.

¿Qué tienen del yo algunas
preguntas
labios morados,
una llamada telefónica?

Hay en mi, boletos del yo
al yo,
viaje sin ida, retornos a cualquier
año del fuego y sandias.

Hay en mí,
zanahorias crujientes,
umbrales de día,
azúcar morena del dolor
y ojos cerrados,
y ojos cerrados,
que se untan la hiel
por el amor a su
propia piel,
recordarse con la desesperación
de una lagrima
sonriente.

Es mentirte como bardo,
(que un risueñor en la riqueza de sus
cuerdas
y la pobreza de sus túnicas)
el hablarte con el cuerpo
en un circulo de fuego,
puentes de brazos y
lenguas de compases,
por que la única lengua que hablo
es el de la mirada devoradora,
de una mariposa
bailando etereo en confines de
sueños;
la lengua de que arranca
el mundo del viento,
exhalando suspiros
del que te mira
arrullando en tu seno
la ardiente
existencia de las olas.

Soy palabras que te arrastran,
(confines, esquina triangular
¡Fin del pasto!)
y te acuestan, ungidas tus sienes,
ojos cerrados,
sobre los simientos
De tu memoria.

Beso tus labios, maternal ánima,
y te hablo de tus
arboles,
(leche de sus manos que bendicen mis alas, sombras del canto)
de tus
aves,
(cuerdas afinadas de la soledad)
de tus
noches primigenias
(animas arrancadas por oro maldito y bebidas del que lo anhela)
del silencio
de tu cuerpo, lenguaje infinito
del retorno alegre,
enfermedad de la dulce despedida,
del dulce adiós.
Anhelando,
rompiéndome por una
visita al clamor
erótico de tus
mejillas.


Y son aquellos del cielo,
los que beben el amor de tus pies
en el pasto,
los que te tocan, invisibles,
en las noches de anhelo,
los que te conducen de la mano,
flotando sobre tu tierra,
limite de dos reinos,
en la rabia de la grandiosidad
del azufre,
el carbono,
y los invisibles pesares de la noche
falsa.

¡Ay de los del cielo, que soy testigo
de sus acciones!
desde rincones, unido a los
muros del silencio
insoportable,
miro con pena
dulce y arranques
de rocíos salados,
como vuelan a tu alrededor, cantándote,
arrancándote.

Yo anclado
al muro invisible,
en alas de serafín, inútiles por
el clamor de mi dolor,
reventando en pústulas
sanguinolentas,
con risas de tu eternidad.

Te grito y no me escuchas.
Te deseo en sediento amor.
Mar infinito
de risas y aves
marchitas.

Es tu reino solitario lo que habito
desde mi primer aliento,
miles de reinas,
testimonios
y sueños,
luces solitarias

Buscando en el mar

Los confines
De tu aroma.


3 de enero de 2010

1 comentarios:

Alexis Leñero dijo...

bueno muy muy bueno...