Antiguos continentes



He regresado de un viaje con la fortuna de tener algo de dinero sobrante. Como ya ha pasado el mediado del curso, fue momento de conseguir algunos libros nuevos para mis trabajos finales, entre ellos dos volúmenes epistolares: las cartas de Juan Carlos Onetti y de Julio Cortázar, los dos autores rioplatenses que considero mis dos grandes maestros. Pero antes de lanzarme a Gandhi o el Sótano para gastarme cerca de 900 pesos en solo tres libros, decidí darme una vuelta por los libros de viejo en el callejón a lado de Palacio de Minería. El cielo estaba claro, era un atardecer suave de octubre y la luna se asomaba en el cielo azul adelantándose a su turno. Aun me saboreaba en la boca la gelatina de grana cochinilla de mi viaje a Oaxaca. Suspiré con un poco de culpa de gastarme casi todo mi dinero, pero sabía en el fondo que ahí encontraba el placer de hacerlo. Mis ojos brillaron en el primer puesto. Antes debo aclarar una cosa: las librerías de viejo son como las calles de las prostitutas, ya que hay cosas horribles, pero también hay cosas muy hermosas; siempre se puede regatear si tienes verbo y actitud; todo se vende, tiene precio y están llenos de una hermosa nostalgia y melancolía, con recuerdos engrapados en la piel. Y sobre todo, uno puede salir satisfecho o bien más triste de lo que llegó. Vaya sorpresa que me llevé. Salí del callejón con:

1.- Cartas a los Jonquieres de Julio Cortázar (200 pesos, precio en Gandhi, 300pesos)

2.- Habla, memoria de Vladimir Nabokov (100 pesos, precio en Gandhi, 200 pesos)

3.- Obras completas de Gustavo Adolfo Becquer (100 pesos, precio en Gandhi… todos los libros juntos han de salir en unos 1000 pesos)

4.- Historia del arte de E. H. Gombrich (300 pesos, precio en Gandhi, 500 pesos)

“Wow… fuck”, exclamé.
He aquí la lección, mis jóvenes padawans. Hay un gran placer de visitar las librerías de viejo. Los grandes escritores, teóricos, historiadores se formaron no comprando en librerías nuevas y caras, sino en los viejos. Podemos leer a Lezama Lima en su diario como después de haber cobrado en el juzgado se ha quedado sin dinero al hacer una visita curiosa y casual; la Maga de Cortázar charlando con los libreros viejos a la orilla del Sena, etc. Ejemplos hay miles, porque no por nada mi padre nos llama “estudiambres”, no es tan fácil y luego es un tanto complicado sacar de las bibliotecas. Por el amor de Brausen, lo más importante en la vida, junto con amar y hacer el amor es el formarse una biblioteca grande, gorda y sana. Pero la accesibilidad del bolsillo tiene un precio. He aquí algunas recomendaciones:

Nunca, jamás vayan a los libros de viejo:

a) sin dinero, aunque no necesitan mucho para comprar obras maestras. Es un romance inconcreto, es Romeo y Julieta, parte 2. Me ha tocado sentir esa tristeza en mis ojos viendo algo de Capote o Nabokov o hasta de Proust a un precio de locos y yo sin un centavo en el bolsillo. Se rompe mi corazón. Lo bueno es que hay clásicos de la literatura (que si se deben leer, siempre, siempre) a precios mucho más bajos que a El Sótano o Gandhi les daría un infarto. Hasta los consumidores de autoayuda, superación y Carlos Trejo estarán complacidos, ¿qué más quieren?

b) Es difícil ir buscando y preguntando por un libro que puede que te dejen en la escuela. Normalmente en las librerías de Donceles (o de tu colonia o municipio, seas de donde seas en la Republica) los acomodadores se hacen que la virgen les hablan o de plano no les gustan los libros y solo trabajan ahí porque no los aceptaron en el Oxxo. Es mucho mejor el ensuciarse las manos y hacer el trabajo bello uno mismo, buscando nombres entre los lomos, total, muchos de ellos están organizados en orden alfabético y en secciones y temas, alguien ya hizo el trabajo por ti, aprovéchalo, bendícelo.
Si eres un bibliófilo novato, no preguntes a los encargados, muchos no saben, no quieren saber de los romances, solo están ahí por tu dinero y la mísera paga de los libreros avaros que ahora tomaré en cuenta.

c) Jamás, por más jodido, desahuciado, desesperado, hambriento, desenamorado, etc. estés, le vendas tus libros a un librero. Siempre buscará la manera de querer verte la cara y siempre la encontrará. A Consuelo Muñoz le tocó ver como una chica vendía varios libros gruesos y nuevos de Alfaguara y el librero avaro y sonriente le ofreció 300 pesos. Nunca entendí de quien fue la culpa de tal bajeza, si de el por burlarse de ella, o ella por aceptar tan vil trato. Al librero que compra solo le interesa tener más libros porque sabe que alguien los comprara, así que nos remite a la pregunta ¿leerá lo que cae en sus manos, o al menos lo hojeara? Tal vez buscando un par de billetes que haya dejado el viejo lector como separador, o como esperanza.

d) No todos los libreros son personajes sacados de novelas de Artl o Dostoievski, también hay quienes deberían tener su propio altar en el Tepeyac o su nicho en Roma. He tenido la bendición de conocerlos y me han traído alegría y felicidad, engrosando las filas de mi ejército literario. Paradiso de Lezama Lima en edición de la UNESCO, novelas de Juan Carlos Onetti rarísimas de encontrar, novelas de Antonio Lobo Antunes, en ediciones de bolsillo que cuestan 200 pesos a solo 75 pesos, la compilación de Guillermo Cabrera Infante, ensayos literarios… ¿qué más se puede decir?

e) Por Brausen y Santa Consuelo Muñoz, si ves el libro y traes el dinero, no lo pienses, llévatelo a tu casa. Te lo agradecerás eternamente.