Mi tercera publicación



http://www.indirectotv.com/2010/08/20/las-palabras/

Estás -tus palabras-



¿Qué es tu recuerdo? Hay tantas falsedades, mentiras, creaciones literarias mias. A veces te veo saliendo del mar, brillante, lechosa, sonriendo al son de la palabra, mi nombre: “Flan”. En las noches te veo en mi nueva cama, muy arriba, donde nunca estuvimos. Te he visto bañándote a mi lado, siempre liquida, blanca y hay sangre brotándote de las piernas, corriendo como ríos vivos y palpitantes.
Al abrir los ojos estoy bajo el agua, pensando en ti. Cuando trato de respirar, me ahogo en tu aliento, en tu olvido, en mi éxtasis declamando tu calor firmado en mi silencio.
Encontré una foto tuya en el periódico. No eras tú, pero me sonreías con tus ojos verdes y falsos, rasgando una sonrisa en el vacío que copiaste en un tango. No era tu reflejo, pero ahí estabas. Como estas en los objetos de mi amor, páginas y recuerdos: atenta, alegre, viendo los días eternos en un atardecer de febrero, llorando los idus de marzo y las aguas de Guerrero, sustancia de mi piel. Estás en la brisa que me abraza, en los pianos que me arrullan, en mi nombre, en mis letras, en mi semen de azúcar tostada.
¿Qué es tu recuerdo? Los tiempos de Séneca se desarman desalmados en mi obsesión por la vida breve y las rayuelas de mis niñas. No entiendo que será la vida de adulto, la vejez con tu recuerdo, extendiendo tú tus alas en mis letras, en mi verbo, saboreando la eternidad de los ríos que nos separan.

17 de agosto de 2010

La lluvia y el colibrí




No veía el rostro de mi madre. Trataba de no hacerlo cuando me hablaba de sus amantes y pretendientes. Siempre he sabido (e ignorado, por el mismo olvido( que trata de apresarme con su mirada para darle la razón a su sutil narcisismo. Heroína de mil batallas, madre abnegada del teatro/cine de la vida, criadora de héroes, salvadora de nuestras vidas y razón de ellas. La deuda es tan grande que se paga con sus problemas amorosos cargados por nosotros. Yo tan solo la llamo “Colibrí”.
Hablaba de su Federal, de cómo ella le propone proyectos de vida y como, con una histriónica y suelta representación, celebra el triunfo sobre su mente cerrada, acusándolo de siempre contradecirla en los proyectos que ella le proponía, aunque el siempre termine cediendo, tal vez por amor, tal vez por no saber más.
-¿Para qué quieres ese coche? ¡Compra uno usado, de todas formas te lo van a robar!
-¿Para qué vas a poner ese local? ¡No te va a funcionar!
-¿Para qué quieres estudiar otra vez? Ya estás muy vieja.

Al Federal solo lo he visto un par de veces en mi vida. Me saludaba, pero no hablaba. Es como una enorme roca sentada a 90 kilogramos de dos realidades: la hogareña y dulce que ofrece mi madre, y por el otro lado, recogiendo cadáveres descuartizados y tomándose fotos para comerciales de National Geografic en carreteras y puentes federales. Esas veces miré su frialdad y temor a ese mundo, a cualquiera. Sus labios gruesos se movían como gusanos, imperceptible. Trataba de hablar de su inseguridad, mi madre le sonreía contenta por estar a su lado. Me di cuenta que en sus ojos no anhelaba nada de lo que le ofreciera mi hogar y el calor de Colibrí.
Dejé abierta una pequeña abertura en la ventana para que la casa respirara con la frescura de a lluvia que caía afuera. Veía las palabras de mi madre, brotando sin cambiar de forma, susurrando como cuando baila sola y sin música en el centro de la sala de estar. Pero seguí pensando en el Federal. La lluvia arreció y las rosas rojas y rosadas del rosal de mi madre eran golpeadas por las gruesas gotas como trampolín que sube y baja.
El Federal, acostumbrado a la libertad, se divorció de su familia buscando el dinero y el éxito después de haber probado el ser cobrador de microbús, obrero en varias fábricas que cerraron y boxeador. Pero por el alcohol y las mujeres, no pudo sostener el carácter profesional de su pasión por siempre tener los guantes puestos y tratar de sostener el destino con los puños cerrados. Fue entrenador de Colibrí, antes y después de abandonar el ring ante la presión de muchos hombres: no hay tiempo para verlos, las marcas de los golpes hablan mal de una mujer, quiero tener amigos… pero, ¿qué ven en mí?
Ellos dos pensaron que el último round de su contienda contra la soledad seria, para él, su entrada a la Policía Federal, y para ella, el Colegio de Leyes. Pero sus caminos eran muy diferentes. Alimentación, ejercicio, mujeres y algunos botines de guerra, movilizaciones por todo el país eran antojos muy grandes como para cerrar la boca y no recibir la cucharada. Para Colibrí fue más difícil. Un divorcio tras el cual seguía considerando “marido” a aquel hombre; tres hijos universitarios que ya no pensaban igual que ella; lo que más le aterraba era la soledad después de la lucha y quedar mal frente a los catedráticos que más admiraba. La arena se despejaba y quedaba sola en el ring. Pensar que su ex marido de 20 años de matrimonio dormía caliente por las noches, la destrozaba. El Federal, el Doctor, el Abogado, el Militar, su lotería de fracasos, de hombres que buscaban alguna cosa de ella, pero no podían tenerla entera, como ella deseaba. Sus encuentros amorosos muchas veces se reducían a noches dentro del taxi de él, trabajado en el día por un chalan o algún familiar. Las salidas del cuartel, siempre esperadas, pero siempre dudosas corroían sus esperanzas de un futuro y un amor pleno, que jamás había existido en su vida. Acomodándose la camisa en el microbús, piensa en su taxi, si tendrá algún golpe que el chofer no le haya comunicado, piensa en Colibrí, en sus cicatrices nuevas, si tendrá alguna, a él le encantan sus cicatrices en su cuerpo moreno, dorado por la edad y su sangre costeña. Quisiera provocarle algunas, marcar su cuerpo con su presencia, saber que si otros ven la marca de su destino, sabrán que es de su propiedad. Toma el taxi y le manda un mensaje a su celular, algo agresivo para despertar su apetito. Ella le ha reclamado miles de veces que no le gustan los mensajes pornográficos o piropos fuertes. A él no le importa, tiene derecho sobre ella desde el mismo momento que se prometieron estar juntos. La ve saliendo a su llamado frente a su casa. Los niños están alimentados y haciendo su tarea en la casa, todo está listo porque la noche ha abiertos las rosas de su rosal y los gatos se juntan, comen y se bañan a la luz de la luna. Las llantas tibias del taxi se pegan al suelo por el peso de las dos personas que se prenden en un beso largo y tierno. Como un ritual, siguen las falsas acusaciones de él, las esperanzas rotas de ella. Se esconden y hacen el amor en el asiento trasero para sentirse satisfechos unos segundos antes de tener que separarse. El regresa satisfecho al cuartel donde lo esperan las órdenes, no la acción, sino la espera con la idea en la cabeza de que el Narco jamás le hará nada. ¿En que se interesaría? Solo es un soldado de rango menor, a veces de rifle, a veces de tolete. Ella regresa subiendo las escaleras, sollozando y besando sus rosas para calmar su ira. Llama a su ex esposo y le grita y reclama por teléfono por el pasado, la dolorosa memoria del que no paga ni con miles de abogados, que la ley le da la ventaja entre concubinas y sonrisas macabras del cielo bajo la Ciudad. Sube a su casa y mira a sus hijos que le son indiferentes cuando están molestos con la vida. No necesita más. Conoce la felicidad en retazos. Le importa demasiado.
Un relámpago cayó muy lejos y la lluvia se tranquilizaba lentamente. Veía por la ventana las gotas caer lejanas una de la otra al acercarse más al suelo, alejándose. Las ilusiones de Colibrí se disolvían en un poco de nada y después en un poco de sueño. Solo sueño. Antes de caer al suelo como una gota de cera dorada derretida, la toma con la mano quemada por el tiempo y el guante que nunca se quitaba. El ring parecía una vela enorme derritiéndose poco a poco, round tras round. Su sueño se solidificó en su palma como una frase que dictó después de un suspiro.
-Voy a hacer mi tarea.
El Federal y ella dependían el uno del otro, y a la vez ella de nosotros. La lluvia se detuvo. “¿Cuántas veces le hemos dado respuestas sin que ella nos comprenda, respuestas que ella debió darnos a nosotros?” le pregunté a mi hermano, absorto en su videojuego. “¿Cuántas veces Edipo le ha hecho enigmas a la Esfinge?”

La semana pasada el Federal asesinó a un hombre. Presionó el gatillo queriendo darle en las piernas, pero en el tercer tiro le reventó la cabeza y el cuerpo se desplomó sobre un charco lluvioso, con los brazos extendidos y moviéndose como un par de aleteos fugases. Colibrí respondió un examen y sacó la nota más alta de la clase, con la esperanza de cada día de ser una excelente abogada que protegiera a los indefensos. Esa noche, de sus rosales, brotaron dos colibríes que chuparon dos rosas diferentes un tanto lejanas en el mismo arbusto. Si se juntaban y se detenían, morirían.

12 de agosto de 2010.