Adan expulsado



Adam cast forth

¿Hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?
Lento en la vaga luz, me he preguntado,
casi como un consuelo, si el pasado
de que este Adán, hoy mísero, era dueño,
no fue sino una mágica impostura
de aquel Dios que soñé. Ya es impreciso
en la memoria el claro paraíso,
pero yo sé que existe y que perdura,
aunque no para mí. La terca tierra
es mi castigo y la incestuosa guerra
de Caínes y Abeles y su cría.
Y, sin embargo, es mucho haber amado,
haber sido feliz, haber tocado
el viviente Jardín, siquiera un día.




La memoria del Paraíso original en este poema no es nada nuevo en la literatura, pero Borges es nostálgico al recordarnos este arquetípico concepto: la rosa de Milton, en otro poema del volumen, no hace mucha referencia a este tema, pero si a la nostalgia de la poesía (la rosa como la poesía por excelencia).

El sabor borgiano de este poema de corte miltoniano viene de la mano de un concepto recurrente: sueño creacionista (¿Hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?, No fue sino una mágica impostura/ de aquel Dios que soñé) del mismo tono (como una canción, propongo) a Las ruinas circulares. ¿Acaso fue el mismo Adán el que creó el Jardín y Dios mismo en un sueño como el hombre crea al propio hombre? Se dice que Dios creó al hombre a imagen y semejanza, un sueño hecho carne. Recuerda mucho al Dios que Joumana Haddad plasma en su poema épico El retorno de Lilith (Praxis, 2007) un Dios más humano, creador de hombres y mundos, enamorado de su creación, Lilith.

Tampoco se puede dejar de notar la influencia de Shakespeare en la métrica y estilo del soneto. Durante su lectura, recordé el soneto LXVI (aunque no aborden el mismo tema), la descripción de la relación Paraíso-Hombre como un recuerdo construido en el pasado añorado. Pero en el ultimo terceto, la añoranza metafísica del Paraíso se remonta a un amor pasado (Y, sin embargo, es mucho haber amado/ haber sido feliz, haber tocado/ el viviente Jardín, siquiera un día.)
El Paraíso perdido tiene, en mi interpretación, dos grandes perspectivas: la primera en la que Borges plasma un laberinto memorioso de nostalgia por un ente que ha perdido la perfección de su lugar de origen, el campo de guerra entre el conflicto original y su añoranza perdida de un retorno; la segunda es más terrenal: el humano añorando a una persona viva en su memoria, pero inalcanzable en la realidad terrenal. Ambas pueden ser validas. Es bien conocido que Borges plasmaba en sus cuentos no solo sus lecturas e interpretaciones de los filósofos medievales y modernos, sino era una puerta a sus propios sentimientos y experiencias que nos recuerda más a su contemporáneo Nabokov o su despreciado Proust.


18 de septiembre de 2009

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